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personas que “se dedican a ella”, a cualquiera responsable de su fabricación

o producción, y al público en general.

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La pornografía deshumaniza a las

personas retratadas, convirtiéndolas en objetos de uso. Los que producen

y distribuyen pornografía dañan el bien común al alentar e incluso cau-

sar que otros pequen. Hacen un serio daño a las mujeres y hombres que

consienten aparecer en material pornográfico, a menudo por desesperación

por dinero o por un sentido empobrecido de la autoestima.

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Peor aún, en

algunos casos los pornógrafos se aprovechan de los que ni siquiera pueden

dar consentimiento —niños y otras víctimas de trata humana— lo cual es

a la vez un pecado grave y un delito atroz.

Los efectos del pecado

El pecado ofende a Dios y siempre daña a la persona pecadora así como

a la comunidad. Elegir con pleno conocimiento y total consentimiento

algo gravemente contrario a la ley divina es cometer un pecado mortal,

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que “destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna

es imposible”.

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El pecado mortal rompe la relación de una persona con

Dios y pone su salvación en riesgo. Cada vez que pecamos se necesita el

perdón, y este siempre está disponible en el Sacramento de la Penitencia y

la Reconciliación. Jesús demostró una y otra vez su gran misericordia a los

pecadores, no condenándolos sino diciendo: “Vete y ya no vuelvas a pecar”

(Jn 8:1-11). Sin embargo, persistir en el pecado puede hacer más difícil

escuchar el llamado de Dios y responder a su oferta de misericordia, en

especial si se trata de una adicción.

Usar pornografía daña al usuario al crear la posibilidad de disminuir

su capacidad para la intimidad y relaciones humanas saludables. Presenta

una visión distorsionada de la sexualidad humana que es contraria al amor

auténtico, y daña el sentido de la propia valoración de una persona. El

uso ocasional puede convertirse en un uso más frecuente, que luego puede

llevar a adicción a la pornografía, que es un problema cada vez mayor,

como se verá más adelante. El pecado también daña la comunidad. Puede

aumentar el aislamiento entre las personas debido a los sentimientos de

vergüenza y remordimiento que genera. Quiebra la confianza entre los

miembros de la familia, y daña la capacidad de los padres y otros adultos

para ser modelos virtuosos para los niños.