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a través de la participación activa en la oración y los sacramentos (sobre
todo la Eucaristía y la Penitencia) es esencial para vivir una vida de discip-
ulado. El antiguo arte de la
lectio divina
, en que se separa tiempo para medi-
tar y reflexionar en oración sobre las Escrituras, abre el corazón y la mente,
permitiendo que el Señor hable a través de su Palabra. La Eucaristía es la
forma más íntima en que Jesucristo está presente ante nosotros, porque
él mismo es el sacramento. Él está plenamente presente en la Eucaristía.
Cada vez que participamos en la celebración de la Eucaristía, volvemos
a entrar en la verdad de que Cristo dio su propia vida por cada uno de
nosotros. Cuando recibimos al Señor mismo, somos transformados y
podemos ser cada vez más semejantes a él. Este encuentro es el corazón de
lo significa ser cristianos y nuestra esperanza es un día unirnos a san Pablo
cuando dice, “Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en
mí” (Ga 2,20).
Con su presencia real en la Eucaristía, Cristo cumple su promesa de
estar con nosotros “hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Al participar en la
Misa, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de encontrar a Jesucristo
de la manera más profunda posible.
Cada vez más, reconocemos que la generosidad de espíritu y el com-
promiso con la caridad y la justicia son vehículos para llevar a las personas
más plenamente a una relación con Cristo y su Iglesia. El mismo Cristo
dijo: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt
20,28). Imitar el liderazgo de servicio de Cristo, ejemplificado maravillosa-
mente en el lavado de los pies de los discípulos en la Última Cena, nos
lleva más cerca de él. Este es a menudo el caso con jóvenes y jóvenes adul-
tos que realizan actos de caridad y servicio, asistiendo a retiros, oración,
estudio de la Biblia, charlas y reflexiones. La justicia social y las oportuni-
dades de servicio directo pueden ser experiencias poderosas que lleven a las
personas a la intimidad con Cristo. “El servicio, cuando se entiende como
servir a Cristo en los demás y como un medio de compartir el Evangelio,
tiene la capacidad de llevar al servidor y al servido más cerca de Cristo”.
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Aquellos que serán sus discípulos ya lo están buscando (véase Jn
1,38), pero es el Señor quien los llama: “Sígueme” (Mt 9,9, véase Mc
1,17). Este encuentro debe renovarse constantemente mediante el tes-
timonio personal, el anuncio del
kerygma
(“el mensaje de salvación del
misterio pascual de Jesucristo”
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) y la acción misionera de la comunidad.
Sin el
kerygma
, los otros aspectos de este proceso de evangelización están
condenados a la esterilidad, y corremos el riesgo de tener corazones no