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discípulos comiencen a entender el significado del mandamiento de
Cristo (Hechos 1,10-11). ¿Con qué frecuencia no nos damos cuenta
de que estamos llamados a ser testigos de Cristo ante el mundo? ¿Nos
damos cuenta de que nuestro Bautismo, Confirmación y recepción
de la Eucaristía nos conceden la gracia que necesitamos para ser dis-
cípulos? ¿Somos como los discípulos que se quedan mirando al cielo
en lugar de invitar a los que nos rodean a experimentar el amor y
misericordia de Cristo a través de la Iglesia? ¿Con qué frecuencia nos
acercamos a nuestros hermanos y hermanas ausentes, invitándolos a
unirse a nosotros en la misa o preguntando por qué ya no se sienten
acogidos en la mesa del Señor? Las respuestas a estas preguntas sub-
yacen a la misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente en el
llamado de la Nueva Evangelización.
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Una vez que hemos encontrado a Cristo, como lo hicieron los discípulos,
somos enviados en misión “hasta los últimos rincones de la tierra” para
invitar a otros a este encuentro.
2. Acompañar
La respuesta a este encuentro con Cristo necesita acompañamiento.
Para crear una cultura de encuentro y testimonio, debemos vivir explíci-
tamente vidas de discipulado. Estamos llamados no sólo a creer en el
Evangelio, sino a permitir que se arraigue profundamente en nosotros de
tal manera que nos deje incapaces de silencio: no podemos sino anunciar el
Evangelio de palabra y obra. Este acercamiento misionero está en el corazón
del discipulado. “Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar
a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier
lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino”.
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Desde luego,
ser discípulo es un desafío. No podemos vivir una vida de discipulado solos.
Necesitamos a otros para plasmar vidas de discipulado y acompañarnos a
medida que crecemos en la vida espiritual y experimentamos una conversión
continua. Del mismo modo, como discípulos misioneros, estamos llamados a
amar y aceptar a todas las personas de tal manera que invite a cada persona
a una relación más profunda con Cristo y una mayor armonización de sus
vidas con las enseñanzas que él nos dejó. Sin embargo, no estamos llamados
a hacer juicios sobre otros. El papa Francisco advierte que no podemos con-
ocer realmente “la situación de cada sujeto ante Dios . . . desde afuera”.
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