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Capítulo 8. Los Acontecimientos Salvíficos de la Muerte y Resurrección de Cristo

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unirnos nosotros mismos al trabajo redentor de Cristo. Partamos pan juntos.

Vivamos de nuevo el santo y redentor misterio” (citado en Catholic News

Service,“Sr. Thea Bowman’s Posthumous Plea: Really Live Holy Week” [30 de

marzo de 1990] [v.d.t.]).

LEVANTEN LA CRUZ EN ALTO

Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad

se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino

que quiere la salvación de los hombres.

—CIC, no. 609

Jesús avisó, de muchas maneras, a sus seguidores que el dolor y la

muerte eran parte esencial de su misión. Justo después de nombrar a

Pedro como la roca sobre la que la Iglesia sería edificada, Jesús predijo

su Pasión. “Comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a

Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos

sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y

resucitar el tercer día” (Mt 16:21). Cuando Pedro protestó contra esta

posibilidad, Jesús lo reprochó diciendo: “Tu modo de pensar no es el

de Dios, sino el de los hombres” (Mt 16:23). Jesús predijo su Pasión de

nuevo tras la Transfiguración (cf. Mt 17:22-23).

Jesús no solo aceptaría la Cruz, sino que esperaba lo mismo de

sus discípulos. “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí

mismo, que tome su cruz de cada día y me siga” (Lc 9:23). Jesús explicó

esta verdad en mayor profundidad mediante una imagen agrícola. “Si el

grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si

muere, producirá mucho fruto” (Jn 12:24). Jesús indicó que la máxima

expresión del amor es morir por quien se ama. “Nadie tiene amor más

grande a sus amigos que el que da la vida por ellos” (Jn 15:13).

Ya que el sufrimiento y la muerte de Cristo fue el instrumento de la

salvación, ¿de qué nos salvó? Necesitábamos ser salvados del pecado y

de sus efectos perjudiciales. El plan de Dios para salvarnos requería que