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Capítulo 8. Los Acontecimientos Salvíficos de la Muerte y Resurrección de Cristo

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mío!” (Jn 20:28). Dos discípulos caminaron junto a Jesús de camino a

Emaús y lo reconocieron en la Fracción del Pan (Lc 24:13-35). Todos

los Apóstoles lo vieron (cf. Jn 20:19-23). San Pablo nos cuenta que él se

encontró a Cristo Resucitado en el camino a Damasco (cf. Hch 9:3-6).

También escribe que quinientas personas vieron a Jesús en una misma

ocasión (cf. 1 Co 15:3-8).

Ninguno de los testigos de la Resurrección de Jesús se lo esperaba. De

hecho, estaban desmoralizados a causa de la ejecución de Jesús. Incluso

cuando lo vieron, algunos tenían dudas persistentes. “Al ver a Jesús, se

postraron, aunque algunos titubeaban” (Mt 28:17). En otras palabras, no

se convencían fácilmente, ni tampoco se vieron envueltos en algún tipo de

alucinación mística o histeria. Algunos de ellos incluso murieron como

mártires en vez de negar lo que ellos habían presenciado como testigos.

Desde esta perspectiva, su testimonio, que decía que la Resurrección fue

un hecho histórico, es más convincente (cf. CIC, nos. 643-644).

UN HECHO TRASCENDENTE

La realidad de la Resurrección de Cristo también es algo que va más

allá del campo de la historia. Nadie vio la Resurrección en sí. Ningún

evangelista la describe. Nadie nos puede decir como es que sucedió

físicamente. Nadie se percibió cómo el cuerpo terrenal de Cristo pasó a

una forma glorificada. A pesar de que Jesús resucitado podía ser visto,

tocado, escuchado y que se podía comer junto a él, la Resurrección

permanece siendo un misterio de fe que trasciende la historia.

Su cualidad trascendente puede ser deducida del estado del cuerpo

resucitado de Cristo. No era un fantasma, Jesús los invitó a tocarlo.

Pidió un trozo de pescado para mostrarles que podía comer. Pasó tiempo

con ellos, a menudo repitiendo las enseñanzas que había repartido antes

de la Pasión, pero ahora lo hace con la perspectiva de la Resurrección.

Tampoco era un cuerpo como el de Lázaro, quien volvería a morir. Su

cuerpo resucitado nunca volvería a morir. El cuerpo de Cristo estaba

glorificado, no está sujeto al espacio o al tiempo. Puede aparecer y

desaparecer ante los ojos de los Apóstoles. Las puertas cerradas no

le impiden el paso. Es un cuerpo de verdad, pero glorificado, que no

pertenece a la tierra sino al Reino del Padre. Es un cuerpo transformado