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Primera Parte. El Credo: La Fe Profesada

Aunque el Espíritu Santo es la última Persona de la Santísima

Trinidad en ser revelada, debemos comprender que, desde un principio,

él es parte del designio amoroso de nuestra salvación del pecado y del

ofrecimiento de la vida divina. Él tiene la misma misión que el Hijo en

la causa de nuestra salvación. Cuando el Padre envía al Hijo, también

envía al Espíritu Santo:

Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión

conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero

inseparables. (CIC, no. 689)

El Espíritu Santo continúa dándonos conocimiento de Dios, viviendo

y actuando en la Iglesia. El

Catecismo

delinea ocho formas en las que

el Espíritu Santo nos ofrece una experiencia de la presencia de Dios (cf.

CIC, no 688):

• Cuando estudiamos y rezamos la Sagrada Escritura, la cual fue

inspirada por el Espíritu Santo, podemos sentir su presencia en las

palabras bíblicas.

• Cuando leemos las vidas de los santos, sus enseñanzas y sus

testimonios, podemos ser motivados hacia la santidad mediante sus

ejemplos, los cuales fueron formados por el Espíritu Santo.

• Cuando asentimos con obediencia a las enseñanzas del Magisterio

de la Iglesia, somos guiados por el Espíritu Santo. Su presencia es

sentida de una forma única en los Concilios Ecuménicos.

• Cuando participamos activamente en las liturgias y sacramentos de

la Iglesia, entramos en un momento sagrado cuando el Espíritu Santo

nos abre a la experiencia de Dios, especialmente en la Eucaristía.

• Cuando nos damos a la oración, así sea el Rosario, la Liturgia de las

Horas, la meditación u otras oraciones, el Espíritu Santo ora dentro

de nosotros e intercede por nosotros.

• Cuando nos ofrecemos a los distintos esfuerzos misioneros o

apostólicos de la Iglesia o vemos señales de estos signos, podemos

sentir al Espíritu Santo activo en el mundo.