248 •
Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada
los pasos finales hacia su conversión. Él había sentido la tensión entre su
comportamiento pecaminoso y la atracción a Cristo y el Evangelio. Un día
del año 386, salió llorando al jardín de la casa donde estaba hospedado
con unos amigos. Lloraba porque era incapaz de tomar una decisión
respecto a su conversión. Pero entonces escuchó la voz de un niño de
una casa vecina que cantaba “Toma y lee, toma y lee”. Tomó las Epístolas
de San Pablo y leyó el primer pasaje que vio: “Nada de comilonas ni
borracheras, nada de lujurias ni desenfreno, nada de pleitos ni envidias.
Revístanse más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su
cuerpo no dé ocasión a los malos deseos” (Rm 13:13-14).Agustín reconoció
la gracia de Dios en esta lectura y se convirtió.
Fue bautizado en el año 387 por San Ambrosio y regresó al norte de
Áfricaenel año388.Enel año391,mientras quevisitaba laciudaddeHipona,
la población cristiana lo urgió a que se hiciese sacerdote; Agustín aceptó,
aunque reticentemente. En el año 395 se convirtió en obispo de Hipona.
Como cristiano, sacerdote y obispo, Agustín escribió numerosos libros para
explicar y defender la doctrina cristiana. Sus homilías y sermones fueron
copiados y dan testimonio de la profundidad y poder de su predicación.
Murió en el año 430.
Agustín sabía cuáles eran los efectos dañinos del pecado. En
Las
Confesiones
, admite su propia pecaminosidad incluso cuando era niño:
“Muchas veces mentí a mi tutor, a mis maestros y a mis padres, porque
quería jugar juegos o ver algún espectáculo inútil o estaba impaciente
por imitar lo que veía en el escenario” (v.d.t.). Pero también experimentó el
poder aún mayor de la gracia de Dios haciéndonos capaces de vencer
el pecado y aceptar el Evangelio de su Hijo. San Agustín conocía la
misericordia de Dios que se encuentra en el perdón de los pecados que
Jesucristo ganó para nosotros. Hoy en día, los católicos encuentran esta
misma misericordia y perdón en el sacramento de la Penitencia.
•
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros
cuerpos […] quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza
del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación.
—CIC, no. 1421