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Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada

los pasos finales hacia su conversión. Él había sentido la tensión entre su

comportamiento pecaminoso y la atracción a Cristo y el Evangelio. Un día

del año 386, salió llorando al jardín de la casa donde estaba hospedado

con unos amigos. Lloraba porque era incapaz de tomar una decisión

respecto a su conversión. Pero entonces escuchó la voz de un niño de

una casa vecina que cantaba “Toma y lee, toma y lee”. Tomó las Epístolas

de San Pablo y leyó el primer pasaje que vio: “Nada de comilonas ni

borracheras, nada de lujurias ni desenfreno, nada de pleitos ni envidias.

Revístanse más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su

cuerpo no dé ocasión a los malos deseos” (Rm 13:13-14).Agustín reconoció

la gracia de Dios en esta lectura y se convirtió.

Fue bautizado en el año 387 por San Ambrosio y regresó al norte de

Áfricaenel año388.Enel año391,mientras quevisitaba laciudaddeHipona,

la población cristiana lo urgió a que se hiciese sacerdote; Agustín aceptó,

aunque reticentemente. En el año 395 se convirtió en obispo de Hipona.

Como cristiano, sacerdote y obispo, Agustín escribió numerosos libros para

explicar y defender la doctrina cristiana. Sus homilías y sermones fueron

copiados y dan testimonio de la profundidad y poder de su predicación.

Murió en el año 430.

Agustín sabía cuáles eran los efectos dañinos del pecado. En

Las

Confesiones

, admite su propia pecaminosidad incluso cuando era niño:

“Muchas veces mentí a mi tutor, a mis maestros y a mis padres, porque

quería jugar juegos o ver algún espectáculo inútil o estaba impaciente

por imitar lo que veía en el escenario” (v.d.t.). Pero también experimentó el

poder aún mayor de la gracia de Dios haciéndonos capaces de vencer

el pecado y aceptar el Evangelio de su Hijo. San Agustín conocía la

misericordia de Dios que se encuentra en el perdón de los pecados que

Jesucristo ganó para nosotros. Hoy en día, los católicos encuentran esta

misma misericordia y perdón en el sacramento de la Penitencia.

EL PERDÓN DE LOS PECADOS

El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros

cuerpos […] quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza

del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación.

—CIC, no. 1421