Background Image
Table of Contents Table of Contents
Previous Page  283 / 706 Next Page
Basic version Information
Show Menu
Previous Page 283 / 706 Next Page
Page Background

Capítulo 18. El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación

• 257

Este sacramento también nos reconcilia con la Iglesia. El pecado

nunca debe ser entendido como una cuestión privada o personal, puesto

que daña nuestra relación con los demás e incluso puede romper nuestra

comunión de amor con la Iglesia. El sacramento de la Penitencia repara

esta ruptura y tiene un efecto renovador en la vitalidad de la Iglesia misma.

Por este sacramento, el penitente recibe el misericordioso juicio

de Dios y se embarca en un camino de conversión que lleva a la vida

futura con Dios. La Iglesia también recomienda que la persona participe

habitualmente de la confesión, incluso si es solo para confesar pecados

veniales, ya que “la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a

formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse

curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu” (CIC, no. 1458).

RECONOCER EL PECADO — ALABAR

LA MISERICORDIA DE DIOS

El sacramento de la Penitencia es una experiencia del don de la

misericordia sin límites de Dios. No solo nos libera de nuestros pecados,

sino que también nos desafía a tener el mismo tipo de compasión y

perdón hacia aquellos que han pecado contra nosotros. Somos liberados

para que seamos gente que perdona. Entendemos mejor las palabras de

la Oración de San Francisco: “Es perdonando, como se es perdonado”.

Con la ayuda de la gracia de Dios, nuestra llamada a la santidad

será más clara cuando recobremos la conciencia de la realidad del

pecado y del mal en el mundo y en nuestras propias almas. Las Sagradas

Escrituras serán enormemente útiles en esto ya que revelan el pecado y el

mal claramente y sin ningún temor. El realismo bíblico no duda en pasar

juicio sobre la bondad y la maldad que afectan a nuestras vidas. El Nuevo

Testamento está lleno de llamadas a la conversión y al arrepentimiento,

las cuales deben ser escuchadas en nuestra cultura de hoy.

Si decimos que no tenemos ningún pecado, nos engañamos

a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si, por el

contrario, confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo,

nos los perdonará y nos purificará de toda maldad. (1 Jn 1:8-9)