Capítulo 18. El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación
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Este sacramento también nos reconcilia con la Iglesia. El pecado
nunca debe ser entendido como una cuestión privada o personal, puesto
que daña nuestra relación con los demás e incluso puede romper nuestra
comunión de amor con la Iglesia. El sacramento de la Penitencia repara
esta ruptura y tiene un efecto renovador en la vitalidad de la Iglesia misma.
Por este sacramento, el penitente recibe el misericordioso juicio
de Dios y se embarca en un camino de conversión que lleva a la vida
futura con Dios. La Iglesia también recomienda que la persona participe
habitualmente de la confesión, incluso si es solo para confesar pecados
veniales, ya que “la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a
formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse
curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu” (CIC, no. 1458).
RECONOCER EL PECADO — ALABAR
LA MISERICORDIA DE DIOS
El sacramento de la Penitencia es una experiencia del don de la
misericordia sin límites de Dios. No solo nos libera de nuestros pecados,
sino que también nos desafía a tener el mismo tipo de compasión y
perdón hacia aquellos que han pecado contra nosotros. Somos liberados
para que seamos gente que perdona. Entendemos mejor las palabras de
la Oración de San Francisco: “Es perdonando, como se es perdonado”.
Con la ayuda de la gracia de Dios, nuestra llamada a la santidad
será más clara cuando recobremos la conciencia de la realidad del
pecado y del mal en el mundo y en nuestras propias almas. Las Sagradas
Escrituras serán enormemente útiles en esto ya que revelan el pecado y el
mal claramente y sin ningún temor. El realismo bíblico no duda en pasar
juicio sobre la bondad y la maldad que afectan a nuestras vidas. El Nuevo
Testamento está lleno de llamadas a la conversión y al arrepentimiento,
las cuales deben ser escuchadas en nuestra cultura de hoy.
Si decimos que no tenemos ningún pecado, nos engañamos
a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si, por el
contrario, confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo,
nos los perdonará y nos purificará de toda maldad. (1 Jn 1:8-9)