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Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada

En nuestras iglesias contemplamos a Jesús clavado a una Cruz, una

imagen que nos recuerda su doloroso sacrificio para el perdón de todos

nuestros pecados y culpas. Si no hubiese existido el pecado, Jesús no

habría sufrido por nuestra redención. Cada vez que vemos el crucifijo,

podemos reflexionar sobre la misericordia infinita de Dios, quien nos

salva mediante la obra reconciliadora de Jesús.

A pesar de los intentos de la sociedad de restar importancia a

la realidad del pecado, existe un reconocimiento instintivo de su

existencia. Los niños saben generalmente cuando han hecho algo

moralmente incorrecto; incluso si nadie se lo ha dicho. Los adultos

admiten rápidamente el mal del terrorismo, de una guerra injusta, de las

mentiras, del trato injusto de las personas y de otras cuestiones similares.

La sociedad, como tal, debe aprender a admitir el mal del aborto, del

suicidio asistido y de la obtención de células madre de embriones, lo

cual causa la muerte de la vida humana embrionaria. Negar el mal nos

corrompe espiritual y psicológicamente. Racionalizar nuestro propio

mal es incluso más destructivo.

Jesús estableció las bases del sacramento de la Penitencia durante su

ministerio y lo confirmó tras su Resurrección. Cuando Pedro preguntó

cuantas veces debe perdonar una persona, Jesús le dijo que no debería

existir un límite a la hora de perdonar. Jesús perdonó a Pedro su triple

negación, mostró misericordia a la mujer sorprendida en adulterio,

perdonó al ladrón en la cruz y dio testimonio continuo de la misericordia

de Dios.

Jesús encomendó el ministerio de la reconciliación a la Iglesia. El

sacramento de la Penitencia es un regalo de Dios a nosotros para que

cualquier pecado cometido después del Bautismo pueda ser perdonado.

En la confesión tenemos la oportunidad de arrepentirnos y recobrar la

gracia de la amistad con Dios. Es un momento santo durante el cual nos

ponemos en presencia de Dios y reconocemos honestamente nuestros

pecados, especialmente los pecados mortales. Por la absolución somos

reconciliados con Dios y con la Iglesia. El sacramento nos ayuda a

mantenernos cercanos a la verdad de que no podemos vivir sin Dios.

“En él vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17:28). Mientras que

todos los sacramentos nos llevan a una experiencia de la misericordia