Capítulo 21. El Sacramento del Matrimonio
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ordenó Jesús y el que está causado por la atracción que uno tiene por el
otro. Están desafiados a unir su amor personal con el amor de Cristo.
Su amor humano sobrevivirá más efectivamente los retos culturales que
afronta, así como los retos psicológicos y económicos, cuando este se
fusione con el poderoso amor de Cristo, quien quiere que triunfen y cuya
divina gracia está siempre a su servicio.
El Nuevo Testamento muestra que el mandamiento de Cristo de
amar es la puerta a todo el orden supernatural. Al mismo tiempo, anima
a las parejas a saber que Jesús afirma la bondad humana de cada persona.
Junta, la pareja debe buscar los mismos fines de un amor mutuo unido
al amor de Cristo, de crear una familia y de continuar creciendo en su
propia relación.
Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida
a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar
la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e
irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les
conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en
testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de
Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy
difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial.
(CIC, no. 1648)
EL DIVORCIO Y EL CUIDADO PASTORAL
Las parejas casadas siempre han experimentado problemas que han
amenazado sus relaciones: celos, infidelidad, conflictos y peleas. La
lujuria y la dominación arbitraria pueden arruinar un matrimonio. Estos
problemas surgen del impacto del pecado, tanto Original como actual.
El primer pecado trastornó la comunión original entre hombre y mujer.
A pesar de esto, el designio de Dios para el matrimonio persistió. Él
nunca dejó de proveer la misericordia y la gracia sanadora para ayudar a
las parejas a mantener sus matrimonios. Tristemente, algunos cónyuges
fallan a la hora de beneficiarse del auxilio del Señor y de los muchos
recursos y ayudas profesionales que se les ofrecen.