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Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida
El Entendimiento de Actos Morales
Otra base importante de la moralidad cristiana es el entendimiento del
acto moral. Cada acto moral consta de tres elementos: el acto objetivo
(lo que hacemos), el fin o intención subjetiva (por qué realizamos el acto)
y las situaciones y circunstancias concretas en las cuales realizamos el
acto (dónde, cuándo, cómo, con quién, las consecuencias, etc.).
Para que un acto individual sea moralmente bueno, el objeto, o lo
que estamos haciendo, debe ser objetivamente bueno. Algunos actos,
dejando aparte la intención o razón por la que los realizamos, son
siempre malos porque van en contra de un bien humano fundamental
o básico que nunca debe ser comprometido. Matar directamente a un
inocente, la tortura y la violación son ejemplos de actos que son siempre
actos malos. Nos referimos a tales actos como actos intrínsicamente
malos o desordenados, lo que quiere decir que son malos de por sí, sin
tener en cuenta la razón por las que se realizan o las circunstancias que
los rodean.
La meta, fin o intención es la parte del acto moral que se encuentra
en el interior de la persona. Por esta razón, decimos que la intención es
el elemento subjetivo del acto moral. Para que un acto sea moralmente
bueno, la intención de la persona debe ser buena. Si estamos motivados
a hacer algo por una mala intención —incluso algo que es objetivamente
bueno— nuestra acción es moralmente mala. También hay que reconocer
que una buena intención no puede hacer buena una acción mala (algo
que es intrínsicamente malo). Nunca podemos hacer algo erróneo o
malo para poder traer el bien. Esto es lo que quiere decir el dicho “el fin
no justifica los medios” (cf. CIC, nos. 1749-1761).
Las circunstancias y consecuencias del acto forman el tercer elemento
de la acción moral. Estas son secundarias en la evaluación de un acto
moral ya que contribuyen a incrementar o disminuir la bondad o maldad
del acto. Además, las circunstancias pueden afectar la responsabilidad
moral personal de uno por el acto. Los tres aspectos deben ser buenos
—el acto objetivo, la intención subjetiva y las circunstancias— para que
el acto sea moralmente bueno.
Esta enseñanza, que reconoce tanto la dimensión objetiva de la
moralidad así como la subjetiva, a menudo está en conflicto con una