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Capítulo 23. La Vida en Cristo — Primera Parte

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por Dios en su corazón […] La conciencia es el núcleo más secreto y el

sagrario del hombre” (GS, no. 16).

La conciencia representa tanto la habilidad general que tenemos

como seres humanos para saber lo que es bueno y correcto así como

los juicios específicos que formulamos en situaciones concretas que

conciernen lo que deberíamos hacer o lo que deberíamos haber hecho.

Las decisiones morales nos enfrentan con la decisión de seguir o

alejarnos de la razón y de la ley divina. Una conciencia bien formada

formula juicios que se conforman a la razón y al bien que es deseado

por la Sabiduría de Dios. Una conciencia bien formada requiere una

formación de por vida. Cada seguidor de Cristo bautizado está obligado

a formar su conciencia según criterios morales objetivos. La Palabra de

Dios es la principal herramienta en la formación de la conciencia cuando

aquella es asimilada con el estudio, la oración y la práctica. El consejo

prudente y el buen ejemplo de otras personas apoyan e iluminan nuestra

conciencia. La enseñanza autorizada de la Iglesia es un elemento esencial

en la formación de nuestra conciencia. Finalmente, los dones del Espíritu

Santo, junto con el examen habitual de nuestra conciencia, nos ayudarán

a desarrollar una conciencia moralmente sensible.

Ya que nuestra conciencia es ese sagrario interior en el que escu­

chamos la voz de Dios, debemos acordarnos de distinguir entre nuestra

subjetividad y lo que es objetivamente verdadero fuera de nosotros

mismos. Podemos estar subjetivamente equivocados acerca de algo que

es objetivamente verdadero. A nivel objetivo, si nuestra conciencia es

“recta”, entonces no hay error entre lo que es percibido internamente

como verdadero y la verdad misma. Si hay una conciencia errónea,

eso quiere decir que la conciencia está equivocada en su percepción

de la verdad.

A nivel objetivo podemos tener una conciencia “cierta”, lo que

significa que creemos que nuestra conciencia está conforme con lo que

es objetivamente verdadero. Una persona puede tener una conciencia

“cierta” a nivel subjetivo pero una conciencia “errónea” a nivel objetivo.

Por ejemplo, una persona piensa que el Miércoles de Ceniza es un día de

precepto y decide de todas formas no ir a Misa. La persona piensa que es

un día de precepto (subjetivamente cierto pero objetivamente erróneo) y