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Capítulo 23. La Vida en Cristo — Primera Parte

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• Jesús nos llama a ser felices y nos muestra como llegar a serlo. El

deseo de la felicidad es la principal motivación de la vida moral.

Nuestras inclinaciones, actitudes y acciones pecaminosas nos

impiden ser totalmente felices en este mundo. En el cielo tendremos

el gozo perfecto.

• Dios nos da inteligencia y la capacidad de obrar con libertad.

Podemos iniciar y controlar nuestras acciones. Las presiones sociales

y los instintos internos pueden afectar nuestras acciones y limitar

nuestra libertad. Normalmente somos libres en nuestras acciones.

• “La imputabilidad o la responsabilidad de una acción puede quedar

disminuida o incluso anulada por la ignorancia, la violencia, el temor

y otros factores psíquicos o sociales” (CIC, no. 1746).

• La mejor forma de tener más libertad es realizando acciones buenas.

Las buenas obras nos hacen libres. El camino hacia la pérdida de

la libertad es el de las malas acciones. El pecado nos convierte en

esclavos del pecado y reduce nuestra capacidad de ser libres.

• Cada acto moral consta de tres elementos: el acto objetivo (lo que

hacemos), el fin o intención subjetiva (por qué realizamos el acto)

y las situaciones y circunstancias concretas en las cuales realizamos

el acto (dónde, cuándo, cómo, con quién, las consecuencias, etc.).

Los tres elementos deben de ser buenos para que el acto sea

moralmente aceptable.

• Las leyes morales nos ayudan a determinar lo que es bueno y lo

que es malo. Algunos actos son siempre malos —es decir, intrínsica-

mente malos— y nunca se pueden realizar, sin importar la intención

o las circunstancias.

• “La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona

humana reconoce la calidad moral de un acto concreto” (CIC,

no. 1796).

• Una buena conciencia requiere una formación de por vida. La

Palabra de Dios es la principal formadora de la conciencia cuando

es asimilada mediante su estudio, oración y práctica. El consejo

prudente y el buen ejemplo de otras personas soportan e iluminan

nuestras conciencias. La enseñanza autorizada de la Iglesia es un

elemento esencial en la formación de nuestra conciencia.