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Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida

• Una buena conciencia forma juicios que se conforman a la razón y

al bien que desea la Sabiduría de Dios.

• “El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su

conciencia. La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia

o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están

siempre exentos de culpabilidad” (CIC, nos. 1800, 1801).

• Una vida moral efectiva demanda la práctica de las Virtudes humanas

y teologales. Tales virtudes proporcionan al alma los hábitos del

entendimiento y de la voluntad que soportan el comportamiento

moral, controlan pasiones y rechazan el pecado.

• Las virtudes guían nuestra conducta según los dictados de la fe y de la

razón. Agrupamos estas virtudes en torno a las Virtudes Cardinales

de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

• Nos beneficiaremos altamente al practicar las Virtudes Teologales

de la fe, esperanza y caridad. Recibimos estas virtudes de Dios. Se

llaman teologales porque nos disponen a vivir en relación con la

Santísima Trinidad. La fe, la esperanza y la caridad influyen nuestras

virtudes humanas al incrementar su estabilidad y fortaleza para

nuestras vidas.

MEDITACIÓN

Jesucristo es el máximo Maestro de la moralidad. De hecho él ratificó

los Diez Mandamientos y también indicó que cada uno de los Manda-

mientos de la Ley y de los Profetas está arraigado en los dos preceptos

fundamentales de amar a Dios y amar al prójimo. Aunque el Antiguo

Testamento también enseñó a amar a Dios y al prójimo, los preceptos

del Señor eran nuevos porque nos enseñó la medida correcta de amar,

que incluye amar a los enemigos. Debemos amarnos los unos a los otros

“como yo os he amado”, es decir, con una medida de amor jamás vista

antes en este mundo. Nos enseñó con sus palabras y con su vida que amar

requiere esencialmente la entrega y el sacrificio personal. Nunca debe-

mos deliberadamente hacer el mal para conseguir un objetivo, sea este

cual sea.