340 •
Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida
• Una buena conciencia forma juicios que se conforman a la razón y
al bien que desea la Sabiduría de Dios.
• “El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su
conciencia. La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia
o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están
siempre exentos de culpabilidad” (CIC, nos. 1800, 1801).
• Una vida moral efectiva demanda la práctica de las Virtudes humanas
y teologales. Tales virtudes proporcionan al alma los hábitos del
entendimiento y de la voluntad que soportan el comportamiento
moral, controlan pasiones y rechazan el pecado.
• Las virtudes guían nuestra conducta según los dictados de la fe y de la
razón. Agrupamos estas virtudes en torno a las Virtudes Cardinales
de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
• Nos beneficiaremos altamente al practicar las Virtudes Teologales
de la fe, esperanza y caridad. Recibimos estas virtudes de Dios. Se
llaman teologales porque nos disponen a vivir en relación con la
Santísima Trinidad. La fe, la esperanza y la caridad influyen nuestras
virtudes humanas al incrementar su estabilidad y fortaleza para
nuestras vidas.
MEDITACIÓN
Jesucristo es el máximo Maestro de la moralidad. De hecho él ratificó
los Diez Mandamientos y también indicó que cada uno de los Manda-
mientos de la Ley y de los Profetas está arraigado en los dos preceptos
fundamentales de amar a Dios y amar al prójimo. Aunque el Antiguo
Testamento también enseñó a amar a Dios y al prójimo, los preceptos
del Señor eran nuevos porque nos enseñó la medida correcta de amar,
que incluye amar a los enemigos. Debemos amarnos los unos a los otros
“como yo os he amado”, es decir, con una medida de amor jamás vista
antes en este mundo. Nos enseñó con sus palabras y con su vida que amar
requiere esencialmente la entrega y el sacrificio personal. Nunca debe-
mos deliberadamente hacer el mal para conseguir un objetivo, sea este
cual sea.