Capítulo 27. El Tercer Mandamiento: Ama el Día del Señor
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Iglesia, nos obliga a santificar el domingo mediante la participación en la
Eucaristía y reflexionando en oración en la medida que nos sea posible.
Observar el domingo cumple la ley interior inscrita en el corazón humano
de rendir a Dios culto visible y público como signo de la dependencia
radical en Dios y de gratitud por las bendiciones que hemos recibido.
Cada siete días, la Iglesia celebra el misterio Pascual. Esta tradición
se remonta a la era de los Apóstoles. Tiene su origen en el mismo día
de la Resurrección de Cristo. El domingo prolonga la celebración de la
Pascua a lo largo del año. Está para ser iluminado por la gloria de Cristo
Resucitado. Hace presente la nueva creación que trajo Cristo.
El domingo también recuerda la creación del mundo. La narración de
la creación en el libro del Génesis, expresada en un estilo poético, es un
himno de asombro y de adoración a Dios en presencia de la inmensidad
de la creación.
Los Padres del Concilio Vaticano II explicaron cómo deberíamos
celebrar la Eucaristía el domingo, o su vigilia el sábado por la noche:
Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los
cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos
espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos
y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la
acciónsagrada, sean instruidos con lapalabradeDios, se fortalezcan
en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a
ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a
día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que,
finalmente, Dios sea todo en todos. (SC, no. 48)
Nuestra presencia en la Eucaristía debe ser más que una experiencia
pasiva de la acción del sacerdote y de la música del coro. Deberíamos
unirnos activamente al culto, donde todos los presentes ofrecen adoración
y amor a Dios. Cuanto más meditemos sobre lo que estamos haciendo,
más culto daremos en espíritu y en verdad, y más nos beneficiaremos
de la gracia que brota de la Eucaristía. Creceremos en nuestro amor y
adoración de Dios, así como en el respeto y amor por los demás.