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Capítulo 29. El Quinto Mandamiento: Promueve la Cultura de la Vida

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Dios prohíbe el homicidio: “No causes la muerte del inocente y del

justo” (Ex 23:7). El homicidio intencionado de cualquier persona está

prohibido por este Mandamiento (cf. CIC, nos. 2268-2269). Tales

acciones son gravemente pecaminosas.

La legítima defensa contra un agresor injusto está moralmente

permitida. La legítima defensa también es un deber moral para el que es

responsable de la vida de otros. La legítima defensa, personal o de otros,

tiene como fin proteger a la persona o personas amenazadas. Una vez

que la amenaza ha sido eliminada, no se requiere ninguna otra acción.

En tales situaciones, el homicidio voluntario de un agresor solo puede

ser permitido cuando no hay otra solución posible (cf. CIC, no. 2265).

Cualquier respuesta a una agresión debe ser proporcional a la naturaleza

de la amenaza o al acto de agresión.

El Aborto

El aborto legal está teniendo un efecto destructivo en nuestra sociedad;

muy pocas otras acciones legalizadas por nuestra política pública minan

tan profundamente nuestros valores como pueblo u ofenden la brújula

moral según la cual vivimos. La Iglesia siempre ha condenado el aborto.

En la

Didaché

(

Instrucciones de los Apóstoles

), 2, 2, escrita hacia finales

del siglo I y reverenciada como una respetada guía para la vida cristiana,

leemos: “No matarás el embrión mediante el aborto”. Esta enseñanza

nunca ha cambiado y nunca cambiará.

Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto

directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una

práctica infame (cf. GS, no. 27 §3), gravemente contraria a la ley

moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión

este delito contra la vida humana. Porque ha de ser tratado

como una persona desde su concepción, el embrión debe ser

defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente

como cualquier otro ser humano. (CIC, nos. 2322-2323)

La tecnología moderna ha hecho posible que apreciemos la rapidez

con la que el niño que crece en el vientre adopta facciones humanas.