Capítulo 30. El Sexto Mandamiento: La Fidelidad Matrimonial
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de ser dos y formar una sola carne. El darse mutuamente es fortalecido
y bendecido por Jesucristo en el sacramento del Matrimonio. Dios
sella el consentimiento que el novio y la novia se dan mutuamente en
este sacramento.
Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre
sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente
humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la
que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud. (CIC, no.
2362, citando GS, no. 49)
Aceptar las faltas y fallas del cónyuge, así como las propias, es
reconocer que la llamada a la santidad en el matrimonio es un proceso
de conversión y de crecimiento para toda la vida.
El Amor Procreador
Dios llama a las parejas casadas a estar abiertas a la procreación,
recordando siempre que tener un hijo no es un derecho, sino un don
de Dios (cf. CIC, no. 2378). De esta manera, ellos comparten en el
poder creador y de paternidad de Dios. Al dar a luz a hijos, educarlos
y formarlos, ellos cooperan con el amor de Dios como Creador. El
amor matrimonial es por su propia naturaleza fructífero. El acto del
matrimonio, mientras que fortalece el amor conyugal, está orientado a
desbordarse en una nueva vida. Las familias son imágenes de la vida y
del poder siempre creador de la Santísima Trinidad y de la fructuosidad
de la relación entre Cristo y su Iglesia.
Respetando el Vínculo de la Fertilidad y el Amor
“El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota
del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento.
Por eso la Iglesia, que ‘está en favor de la vida’ (FC, no. 30), enseña que
todo ‘acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida’”
(CIC, no. 2366, citando FC, no. 30, y HV, no. 11, respectivamente).
Este pasaje pone de relieve la enseñanza de la Iglesia que dice que
Dios estableció un vínculo entre los aspectos unitivo y procreador del