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Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida

Felizmente, la historia está llena de historias de gente que valoró

tanto la verdad que estaban dispuestos a morir por ella. San Juan Fisher

(1469-1535) y Santo Tomás Moro (1478-1535) rindieron sus vidas

antes que aprobar el divorcio del Rey Enrique VIII o de negar la verdad

de que el Papa es la cabeza de la Iglesia, nombrado por Cristo. Durante

la Segunda Guerra Mundial, Franz Jagerstatter, un granjero austriaco,

rehusó aceptar las mentiras de los nazis y fue martirizado por su

compromiso a la verdad de Cristo. Durante la Revolución Francesa, un

convento de monjas carmelitas decidió ignorar las leyes que suprimían su

monasterio y continuaron viviendo juntas en comunidad. Valientemente

fueron a la guillotina antes que abandonar la verdad que representaban

sus votos.

Podemos dar testimonio de las verdades de nuestra fe en nuestro vivir

de cada día, especialmente cuando entramos en contacto con aquellos

que no profesan la plenitud de la fe enseñada por Jesucristo. Hacemos

esto al vivir las responsabilidades e implicaciones de nuestra fe, así como

al estar preparados para dialogar con otros sobre temas doctrinales y

morales donde existen diferencias. “[Estén] dispuestos siempre a dar,

al que las pidiere, las razones [de su fe]. Pero háganlo con sencillez y

respeto” (1 P 3:15-16).

EL DERECHO A SABER LA VERDAD

“Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho

a conocerla” (CIC, no. 2489). La seguridad de otros, el derecho a la

privacidad y el respeto por el bien común son razones para guardar

silencio o ser discretos con lo que decimos sobre temas que no deberían

ser hecho públicos. Es también por estas razones que chismorrear es una

violación pecaminosa de la privacidad de los demás.

Los profesionales, como los políticos, los médicos, los abogados, los

psicólogos y otros en posiciones donde se confían confidencias deben pre-

servar la confidencialidad, al menos que exista una razón grave y pro-

porcional para divulgar la información. Lo mismo es verdad acerca de

las relaciones personales ordinarias en las que se comparten confidencias.