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Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida
encomendó a los seres humanos. Cuidar y cultivar el mundo
incluye lo siguiente:
• el aprecio entusiasta por las bellezas y maravillas de la
naturaleza;
• la protección y la preservación del medioambiente, que es la
corresponsabilidad ecológica;
• el respeto por la vida humana —protegiendo la vida de
cualquier amenaza o ataque y haciendo todo lo posible para
enriquecer ese don y ayudarlo a florecer; y
• el desarrollo de este mundo mediante el noble esfuerzo
humano —las labores físicas, los negocios y las profesiones,
las artes y las ciencias. A ese esfuerzo le llamamos trabajo.
El trabajo es una vocación humana que nos hace sentir
realizados. El Concilio Vaticano II señala que, mediante el
trabajo no sólo contribuimos a nuestro mundo sino que también
al Reino de Dios, que está ya presente entre nosotros. El trabajo
es nuestra asociación con Dios —nuestra colaboración divina—
humana en la creación. El trabajo ocupa un lugar central en
nuestra vida como cristianos corresponsables.
Corresponsables de la Vocación
Jesús llama a sus discípulos a un estilo de vida diferente —el estilo
cristiano de vida— del cual forma parte la corresponsabilidad.
Pero Jesús no nos llama como entes sin nombre de una
muchedumbre sin rostro. Él nos llama individualmente por
nuestro nombre. Cada uno de nosotros —sacerdote, religioso
o laico; casado o soltero; adulto o niño— tiene una vocación
personal. Dios quiere que cada uno de nosotros desempeñe un
papel único en su plan divino.
El reto, entonces, es poder discernir cuál es el papel —
nuestra vocación— y responder con generosidad a este llamado
del Señor. La vocación cristiana implica ser corresponsables.
También Cristo nos llama a ser corresponsables de la vocación
personal que hemos recibido de Dios.