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Capítulo 35. Dios Nos Llama a Orar

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La Oración en el Nuevo Testamento

Las Oraciones de Jesús

De niño, Jesús aprendió primero a rezar de la Virgen María y José. A

medida que crecía, él también participaba de la oración en la sinagoga

y en el Templo. Pero él también tenía a su Padre celestial como fuente

de oración. Era una oración filial la que reveló cuando tenía doce años:

“¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” (Lc 2:49).

Jesús se dirigía a su Padre por el nombre de “Abba”, que en el idioma de

entonces era usada por los niños para hablar con sus padres.

Los Evangelios también describen numerosas veces cuando Jesús se

alejó de las muchedumbres y de sus discípulos para rezar en solitario. En

Getsemaní, Jesús rezó en agonía al Padre, sabiendo que la Cruz lo estaba

esperando, pero también rezaba con aceptación y obediencia a la misión

que el Padre le había asignado.

Jesús también enseñó a sus discípulos a rezar. En el Evangelio de

Mateo, por ejemplo, él les enseñó a rezar con sencillez de palabras y con

confianza en el Padre (cf. Mt 6:5-15, 7:7-11).

La Oración en la Iglesia del Nuevo Testamento

El día de Pentecostés, tras nueve días de oración en el Cenáculo, los

discípulos experimentaron el don del Espíritu Santo para la manifestación

de la Iglesia. La primera comunidad de creyentes de Jerusalén se dedicó a

la enseñanza y comunidad de los Apóstoles, a partir el pan y a la oración

(cf. Hch 2:42). La Iglesia emergente nació de la oración, vivió en oración

y prosperó en oración.

Las cartas, o epístolas, de San Pablo nos lo muestran como un

hombre de oración intensa. En sus cartas encontramos oraciones de

alabanza a Dios por las bendiciones que la Iglesia y él mismo habían

recibido. También encontramos oraciones intercesoras al pedir Pablo

la gracia de Dios para las comunidades a las que había evangelizado.

Y él describe sus propias oraciones personales a Dios, especialmente en

momentos de dificultad.