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Capítulo 17. La Eucaristía: Fuente y Cumbre de la Vida Cristiana

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Siglos de reflexión sobre la Eucaristía nos han dejado una herencia

espiritual que continúa profundizándose y creciendo. Tres verdades

fundamentales sobre la Eucaristía llaman nuestra atención: la Eucaristía

es un Sacrificio, un Banquete Sagrado y la Verdadera Presencia

de Cristo.

LA MISA ES UN SACRIFICIO

Lamisa es un sacrificio en el sentido de que cuando tiene lugar, Jesucristo, a

través del obispo o sacerdote que celebra la Misa, hace sacramentalmente

presente su salvífica y sacrificial muerte en la Cruz por la cual nos ha

redimido de nuestros pecados. Este sacrificio eucarístico es el memorial

de la muerte redentora de Cristo. La palabra

memorial

, en este contexto,

no es simplemente un recordatorio de acontecimientos pasados; es la

realización presente, de una manera sacramental, del sacrificio de la

Cruz de Cristo y de su victoria. “Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía,

memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente

presente este acontecimiento central de salvación y ‘se realiza la obra de

nuestra redención’” (EE, no. 11). El sacrificio eucarístico se ofrece para

adorar y dar gracias a Dios, para pedirle por nuestras necesidades y para

obtener el perdón de nuestros pecados.

En este sacrificio divino que se hace presente en laMisa, especialmente

en la Plegaria Eucarística, el mismo Cristo, que ya se ofreció una vez de

una manera sangrienta en el altar de la Cruz, se ofrece a sí mismo de una

manera no sangrienta. Presente y efectivo, el sacrificio de Cristo se aplica

a nuestras vidas. “Porque si la sangre de los machos cabríos […] eran

capaces de conferir a los israelitas una pureza legal […] ¡cuánto más la

sangre de Cristo […] podrá purificar nuestra conciencia de las obras que

conducen a la muerte, para servir al Dios vivo!” (Hb 9:14).

La Misa también es el sacrificio de la Iglesia. En la Misa, el sacerdote

ordenado une la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la

Última Cena (cf. EE, no. 29), haciendo posible de esta manera que el

sacrificio de Cristo se convierta en el sacrificio de todos los miembros de

la Iglesia. “La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración

y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren