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Dimensión espiritual

110. “La formación humana se abre y se completa en la formación

espiritual, que constituye el corazón y el centro unificador de toda

formación cristiana. Su fin es promover el desarrollo de la nueva vida

recibida en el Bautismo.”

12

Muchas directrices conducen a este propósito, todas ellas

fundamentan la obra del Espíritu Santo. La vida espiritual es, por tanto, dinámica y nunca

estática. El primer propósito de la formación espiritual es establecer y alimentar actitudes,

hábitos y prácticas que fijarán la base de toda una vida de continua disciplina espiritual.

Bases espirituales

para el discipulado y

el ministerio

111. Un hombre no debe ser admitido a la formación diaconal si no

demuestra estar ya viviendo una vida de madurez espiritual cristiana.

13

La dimensión espiritual de la formación debe “afirmar y fortalecer”

esta espiritualidad, y enfatizar “los rasgos específicos de la espiritualidad diaconal.”

14

Una madurez

espiritual a imitación

de Jesús

112. Configurado sacramentalmente con Cristo siervo, la espiritualidad de un diácono

debe estar basada en las actitudes de Cristo. Éstas incluyen “la sencillez de corazón, la

donación total y gratuita de sí mismo, el amor humilde y servicial para con los hermanos,

sobre todo para con los más pobres, enfermos y necesitados, la elección de un estilo de vida

de participación y de pobreza.”

15

Esta espiritualidad diaconal es nutrida por la Eucaristía,

que, “no casualmente, caracteriza el ministerio del diácono.”

16

La espiritualidad diaconal se

enriquece con la participación en el ministerio apostólico y debe caracterizarse por la

apertura a la palabra de Dios, a la Iglesia y al mundo.

17

La actitud espiritual fundamental

debe ser la de apertura a esta palabra contenida en la revelación, predicada por la Iglesia,

celebrada en la liturgia y vivida en la vida del pueblo de Dios. Para ser heraldos del

Evangelio se requiere celo misionero

una nueva evangelización

para traer a todos, en

palabras y hechos, el amor de Dios y la salvación. La predicación de la palabra está

siempre unida, por tanto, a la oración, a la celebración de la Eucaristía, y a la edificación de

la comunidad. Las primeras comunidades de discípulos de Cristo eran un modelo de esto.

18

Para alcanzar madurez espiritual interior se requiere una intensa vida sacramental y de

oración.

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