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Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada

en la tierra, el cual es perdonar los pecados, reconciliar al pueblo con

Dios y llevarnos a la verdadera felicidad (cf. Lc 15:11-32).

Jesús murió en la Cruz y resucitó de entre los muertos para reconciliar

con Dios al pueblo pecador mediante el perdón de los pecados y el

don de la nueva vida con el Dios Triuno. Incluso en la Cruz, Jesús

perdonó a aquellos que lo estaban matando y tuvo misericordia del

ladrón arrepentido.

Solo Dios puede perdonar nuestros pecados. Pero Jesús quiso que la

Iglesia fuese su instrumento para perdonar en la tierra. En la noche de

Pascua, Cristo resucitado impartió su propio poder de perdonar pecados

a sus Apóstoles. Sopló sobre ellos, impartiendo el prometido Espíritu

Santo, y dijo: “La Paz esté con vosotros”. Jesús estaba, de hecho,

llenándolos con la paz que tiene sus raíces en la amistad con Dios. Pero

hizo más. Jesús compartió con ellos su propia misión misericordiosa.

Sopló sobre ellos una segunda vez y dijo:

Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo […]

Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados,

les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les

quedarán sin perdonar. (Jn 20:21-23)

Esa noche Jesús dio a la Iglesia el ministerio del perdón de los pecados

a través de los Apóstoles (cf. CIC, no. 1461). Por el sacramento del

Orden, los obispos y sacerdotes continúan este ministerio de perdonar

pecados “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. En

este sacramento, el sacerdote actúa en la persona de Cristo, Cabeza de la

Iglesia, para reconciliar al pecador tanto con Dios como con la Iglesia.

“Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el

ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida […] el sacerdote

es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el

pecador” (CIC, no. 1465).

El sacramento de la Penitencia requiere la conversión de nuestros

corazones, la confesión de nuestros pecados a un sacerdote, el perdón

de nuestros pecados, una penitencia para compensar de alguna forma

por nuestros pecados y la reconciliación con Dios y con la Iglesia. Para