Capítulo 18. El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación
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Dios, Padre misericordioso, que reconcilió al mundo consigo
por la muerte y resurrección de su Hijo, y envió al Espíritu Santo
para el perdón de los pecados, te conceda, por el ministerio de la
Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados, en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Satisfacción
“La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes
que el pecado causó” (CIC, no. 1459). Es obvio que tenemos que reparar
ciertos daños que han causado nuestros pecados, como restaurar la
reputación de alguien a quien hemos herido, devolver dinero que hemos
robado o rectificar una injusticia. El pecado también debilita la relación
que tenemos con Dios y con los demás. Nuestra vida interior es dañada
por el pecado y necesita reparación.
Este es el porqué de los actos de penitencia y la satisfacción de los
pecados. La penitencia impuesta por el sacerdote nos ayuda a satisfacer
nuestros pecados. Al igual que cuando dejamos de estar en forma
físicamente necesitamos hacer algún tipo de ejercicio, así también cuando
nuestra alma deja de estar en forma moralmente existe el reto de adoptar
algunos ejercicios espirituales que nos ayuden a restaurarla. Obviamente,
esto siempre se lleva a cabo con la cooperación de las gracias de Dios,
que son esenciales para la curación.
La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los
desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, el pecador
debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe
hacer algo más para reparar sus pecados: debe “satisfacer” de
manera apropiada o “expiar” sus pecados. Esta satisfacción se
llama también “penitencia”. (CIC, no. 1459)
EFECTOS DEL SACRAMENTO
El sacramento de la Penitencia nos reconcilia con Dios. “Toda la virtud
de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une
con él con profunda amistad” (CIC, no. 1468).