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Capítulo 20. El Sacramento del Orden

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Esta llamada de Dios se puede reconocer y entender de entre los signos

diarios que revelan su voluntad a aquellos encargados de discernir la

vocación del candidato.

Cuando Dios elige a varones para participar en el sacerdocio orde­

nado de Cristo, Él los mueve y ayuda con su gracia. Al mismo tiempo,

encomienda al obispo la tarea de llamar a candidatos apropiados y

aprobados, y de consagrarlos con un sello especial del Espíritu Santo

para el ministerio de Dios y de la Iglesia (cf.

Admisión de Candidatos al

Presbiterado

, 5).

Todos los candidatos a la ordenación en la Iglesia latina —con la

excepción de los diáconos permanentes, quienes pueden estar casados

cuando se ordenan— son elegidos de entre aquellos que tienen la

intención de permanecer célibes “por el Reino de los cielos” (Mt 19:12).

Su celibato es un signo de su intención de imitar el propio celibato de

Cristo y de servir a Dios en el ministerio de la Iglesia con un corazón

íntegro. En algunos casos, clérigos de otras Iglesias cristianas que

están casados y se han convertido al catolicismo han sido admitidos

al sacramento del Orden. En las Iglesias orientales, solo los obispos

deben ser célibes. Los sacerdotes y diáconos pueden estar casados; sin

embargo, en Estados Unidos, los sacerdotes de las Iglesias orientales son

normalmente célibes.

EFECTOS DEL SACRAMENTO

Este sacramento configura al obispo y al sacerdote con Cristo como

Cabeza de la Iglesia en su triple función de sacerdote, profeta y rey. Este

sacramento configura al diácono con Cristo como siervo.

El sacramento del Orden, como el del Bautismo y la Confirmación,

confiere un carácter indeleble o permanente en el que lo recibe. Esto

quiere decir que este sacramento no puede ser recibido de nuevo. El

carácter indeleble es un recordatorio para el obispo, el sacerdote y el

diácono de que la vocación y misión que recibió el día de su ordenación

lo marcan permanentemente. Como el Bautismo y la Confirmación, los

cuales también confieren un carácter permanente, el sacramento del

Orden no es nunca repetido.