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Capítulo 21. El Sacramento del Matrimonio

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DIOS ES EL AUTOR DEL MATRIMONIO

La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza

misma del hombre y de la mujer, según salieron de la

mano del Creador. El matrimonio no es una institución

puramente humana a pesar de las numerosas variaciones

que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes

culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales.

—CIC, no. 1603

Las Sagradas Escrituras comienzan con la creación y la unión del hombre

y la mujer, y terminan con las “bodas del cordero” (Ap 19:7, 9). Las

Escrituras a menudo mencionan el matrimonio, su origen y finalidad, el

significado que Dios le dio y su renovación en la Alianza establecida por

Jesús con su Iglesia.

Dios creó al hombre y a la mujer por amor y les ordenó que imitasen

su amor en sus relaciones mutuas. El hombre y la mujer fueron creados

el uno para el otro. “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle

a alguien como él […] Serán los dos una sola cosa” (Gn 2:18, 24). La

mujer y el hombre tienen la misma dignidad humana y en el matrimonio

ambos se unen en un vínculo inquebrantable.

Pero la fidelidad al designio de Dios para la unidad e indisolubilidad

del matrimonio se desarrolló gradualmente entre la gente del antiguo

Israel bajo la dirección providencial de Dios. Los patriarcas y los reyes

practicaron la poligamia y Moisés permitió el divorcio. Más tarde, Jesús

citaría este caso como una tolerancia de la dureza del corazón humana

y enseñó el designio de Dios para el matrimonio desde un principio (cf.

Mt 19:8). Fueron los profetas del antiguo Israel quienes prepararon la

renovación del designio de Dios para el matrimonio que llevó a cabo

Jesús, al insistir que la fidelidad permanente y exclusiva del matrimonio

ilustra la fidelidad sin fin de Dios a su alianza con Israel y su voluntad de

que Israel fuese fiel solo a Él (cf., por ejemplo, Os 3 y Ez 16:59-63).

Los libros de Rut y Tobit dan testimonio de los ideales del matrimo-

nio. Describen la fidelidad y la ternura que deberían existir entre los cón-

yuges. El Cantar de los Cantares presenta un amor humano que refleja el

amor de Dios, el cual “los océanos no podrían apagar” (cf. Ct 8:6-7).