Capítulo 27. El Tercer Mandamiento: Ama el Día del Señor
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esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como
una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana.
Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que
no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de
la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la
asamblea eucarística dominical. (DD, nos. 49, 81)
Para un católico, la Eucaristía dominical debe ser el ejercicio religioso
más importante de la semana. En él, ofrecemos nuestras vidas en
sacrificio con Jesús al Padre, participando directamente de esta manera
en los grandes misterios de nuestra fe.
La parroquia católica, guiada por un sacerdote bajo la autoridad del
obispo diocesano, es el lugar ordinario para el culto dominical, y tiene un
papel central en la preparación y celebración de todos los sacramentos.
Mientras que el domingo es para el culto, también es una ocasión
para el descanso y la relajación. Deberíamos dedicar tiempo para
pasarlo con los demás comiendo, en conversación y en actividades que
fortalezcan la vida familiar. “Cada cristiano debe evitar imponer sin
necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando
las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales
(servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical,
cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al
descanso” (CIC, no. 2187; cf. no. 2186). La celebración eucarística no
cesa a las puertas de la iglesia. Aquellos que participan en la Misa llevan
su alegría, su fe y su preocupación por los demás de la Misa al resto del
día, y de hecho a la semana que sigue.
RESTABLECER EL DOMINGO
Una vez que la religión cristiana obtuvo su libertad bajo el emperador
romano Constantino en el siglo IV, se promulgaron leyes civiles que
limitaban el trabajo innecesario los domingos. Los que se beneficiaron
más fueron los pobres quienes, hasta entonces, trabajaban muchas horas
todos los días de la semana. Siglos más tarde, durante el auge de la
revolución industrial, se establecieron fábricas en las grandes ciudades