Background Image
Table of Contents Table of Contents
Previous Page  415 / 706 Next Page
Basic version Information
Show Menu
Previous Page 415 / 706 Next Page
Page Background

Capítulo 27. El Tercer Mandamiento: Ama el Día del Señor

• 389

esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como

una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana.

Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que

no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de

la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la

asamblea eucarística dominical. (DD, nos. 49, 81)

Para un católico, la Eucaristía dominical debe ser el ejercicio religioso

más importante de la semana. En él, ofrecemos nuestras vidas en

sacrificio con Jesús al Padre, participando directamente de esta manera

en los grandes misterios de nuestra fe.

La parroquia católica, guiada por un sacerdote bajo la autoridad del

obispo diocesano, es el lugar ordinario para el culto dominical, y tiene un

papel central en la preparación y celebración de todos los sacramentos.

Mientras que el domingo es para el culto, también es una ocasión

para el descanso y la relajación. Deberíamos dedicar tiempo para

pasarlo con los demás comiendo, en conversación y en actividades que

fortalezcan la vida familiar. “Cada cristiano debe evitar imponer sin

necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando

las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales

(servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical,

cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al

descanso” (CIC, no. 2187; cf. no. 2186). La celebración eucarística no

cesa a las puertas de la iglesia. Aquellos que participan en la Misa llevan

su alegría, su fe y su preocupación por los demás de la Misa al resto del

día, y de hecho a la semana que sigue.

RESTABLECER EL DOMINGO

Una vez que la religión cristiana obtuvo su libertad bajo el emperador

romano Constantino en el siglo IV, se promulgaron leyes civiles que

limitaban el trabajo innecesario los domingos. Los que se beneficiaron

más fueron los pobres quienes, hasta entonces, trabajaban muchas horas

todos los días de la semana. Siglos más tarde, durante el auge de la

revolución industrial, se establecieron fábricas en las grandes ciudades