CAPÍTULO SIETE
ITINERARIO FORMATIVO PARA DESPUÉS
DE LA ORDENACIÓN DIACONAL
I. Introducción
239. “La formación permanente [de los diáconos] representa, antes
que nada, un perenne proceso de conversión”.
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Hace necesario que la formación permanente refuerce en ellos
la conciencia y la voluntad de vivir en comunión motivada, real y madura con los
presbíteros y con su propio obispo, especialmente con el Sumo Pontífice, que es el
fundamento visible de la unidad de toda la Iglesia. Formados de esta manera, los
diáconos en su ministerio serán animadores de comunión… La formación permanente
de los diáconos implica una exigencia humana que se pone en continuidad con la
llamada sobrenatural a servir ministerialmente a la Iglesia y con la inicial formación
al ministerio, considerando los dos momentos como partes del único proceso orgánico
de vida cristiana y diaconal.
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Metas de la
formación después de
la ordenación
La meta de este itinerario de formación es llevar a cabo con responsabilidad los diversos
aspectos del ministerio de un diácono, el desarrollo de su personalidad y, sobre todo, su
compromiso con un crecimiento espiritual. “La formación permanente debe unir y armonizar
todas las dimensiones de la vida y del ministerio del diácono. Por lo tanto, como la de los
presbíteros, debe ser completa, sistemática y personalizada en sus diversas dimensiones:
humana, espiritual, intelectual y pastoral.”
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La fuente principal de la formación después de la
ordenación es el mismo ministerio.
A través de su ejercicio, el diácono madura, centrándose cada vez más en su propia
vocación personal a la santidad en el cumplimiento de los propios deberes eclesiales y
sociales, en particular las funciones y responsabilidades ministeriales.
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