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Capítulo 26. El Segundo Mandamiento: Respeta el Nombre de Dios

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modelo de caridad y le asegura la oración intercesora del santo (cf.

CIC, no. 2165).

• Se nos prohíbe usar el nombre de Dios para perjurar o dar falso testi­

monio, que es usar el nombre de Dios para respaldar nuestra mentira.

MEDITACIÓN

La Carta de Santiago, en el Nuevo Testamento, contiene un recordatorio

del poder del habla humana:

Quien no falla al hablar es hombre perfecto, capaz de dominar

todo su cuerpo. Piensen que a los caballos les ponemos el freno

en el hocico para hacerlos obedecer y para dirigir, así, todo su

cuerpo. Fíjense también en los barcos: son muy grandes, los

empujan vientos muy fuertes, y sin embargo, el piloto los dirige a

su arbitrio, por medio de un pequeñísimo timón. Pues lo mismo

pasa con la lengua: es un órgano muy pequeño y se cree capaz

de grandes cosas.

Bien saben ustedes además, que un fuego insignificante

incendia todo un bosque. Pues la lengua es un fuego y encierra

en sí todo un mundo de maldad. Es uno de nuestros órganos,

y sin embargo, contamina el cuerpo entero; prendida por el

infierno, incendia todo el curso de nuestra existencia.

Por otra parte, toda clase de fieras y aves, de reptiles y

animales marinos se pueden domar y han sido domados por el

hombre; pero ningún hombre ha podido domar la lengua, que

es una constante amenaza, cargada de veneno mortal. Con la

lengua bendecimos al que es nuestro Señor y Padre, y con ella

maldecimos a los hombres, creados a imagen de Dios. De la

misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos,

esto no debe ser así. ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño

agua dulce y amarga? Hermanos, ¿Puede acaso la higuera dar

aceitunas, o higos la vid? Tampoco un manantial de agua salada

puede dar agua dulce.

—St 3:2-12