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Tercera Parte. La Moralidad Cristiana: La Fe Vivida

Al mismo tiempo, un Dios de gracia desea intimar con nosotros, incluso

encarnándose en Jesucristo y habitando en nosotros por el Espíritu

Santo. En el Evangelio de Juan, Jesús se aplica a sí mismo la expresión

“Yo Soy” (cf. Jn 8:58), identificándose a sí mismo, de esta manera, con

Dios. Se distingue a sí mismo del Padre y del Espíritu Santo, a quien

enviará al mundo tras su Resurrección. Esta fue una manera en la que

Jesús nos ayudó a entender a Dios como Trinidad.

De alguna forma, un nombre comunica la realidad de una persona

—su origen, su historia, el mismo ser de la persona. Es por esto que la

gente protege sus nombres y esperan que sean tratados con honor. El

nombre de Dios se merece, obviamente, el más alto honor y respeto. El

Señor nos da un Mandamiento que nos pide que respetemos su nombre

y que no lo usemos de manera irrespetuosa o manipuladora. Cuando

Jesús enseñó el Padrenuestro, su primera petición fue “Santificado sea

tu nombre”. Nosotros también adoramos el santo nombre de Dios en

cada Misa, al principio de la Plegaria Eucarística, cuando recitamos o

cantamos el Sanctus.

También recibimos fortaleza al recordar nuestro Bautismo, por el

cual participamos en la Iglesia “en el nombre del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo”. Ser bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad

significa ser inmersos en la propia vida del Padre, Hijo y Espíritu. El

nombre de Dios nos santifica. En el Bautismo normalmente recibimos

el nombre de un santo, de un discípulo de Cristo que ha llevado una

vida ejemplar, para recordarnos nuestra llamada a la santidad. Los

santos patrones —es decir, el santo o santos cuyos nombres se nos han

dado— sirven como ejemplos del camino hacia la santidad mediante su

testimonio de fe, esperanza y caridad. También interceden ante Dios para

nuestro beneficio. Dios nos llama por nuestro nombre. Nuestro nombre

es sagrado. Tenemos que honrar el nombre de Dios y los nombres de los

demás para hacer de nuestro mundo un centro de dignidad y respeto.

EL MAL USO DEL NOMBRE DE DIOS

El Segundo Mandamiento prohíbe el mal uso o el uso incorrecto del

nombre de Dios. Esto sucede de diferentes maneras. La blasfemia usa el