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la dignidad de la persona humana y el derecho a la vida buscando maneras

más eficaces de prevenir conflictos, de resolverlos mediante medios pacíficos y

de promover la reconstrucción y reconciliación tras la estela de los conflictos.

Las naciones tienen el derecho y la obligación de defender la vida humana y

el bien común contra el terrorismo, la agresión y amenazas similares, como

la persecución de personas por su religión, entre ellas los cristianos. En

palabras del papa Francisco, se está asesinando a gente “por el solo motivo

de ser cristianos” (Homilía del 17 de febrero de 2015), y hay “más mártires

en la Iglesia que en los primeros siglos” (Homilía del 30 de junio de 2014).

“[La sangre de nuestros hermanos y hermanas cristianos] es un testimonio

que grita para hacerse escuchar por todos los que saben todavía distinguir

entre el bien y el mal . . . un grito que debe ser escuchado, sobre todo, por

aquellos que tienen en sus manos el destino de los pueblos” (Mensaje del papa

Francisco al patriarca Abuna Matthias de la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de

Etiopía, 20 de abril de 2015). En efecto, el derecho de las naciones a defender

la vida humana y el bien común requiere respuestas eficaces contra el terror,

valoraciones morales de los métodos usados y moderación en su uso, respeto

de los límites éticos en el uso de la fuerza, un enfoque en las raíces del terror

y una distribución justa del peso que conlleva responder al terror. El uso de

la

tortura

debe ser rechazado como fundamentalmente incompatible con la

dignidad de la persona humana y en última instancia como contraproducente

en la lucha contra el terrorismo. La Iglesia ha planteado preocupaciones

morales fundamentales concernientes al

uso preventivo de la fuerza militar

.

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Nuestra Iglesia honra el compromiso y sacrificio de quienes sirven en las

fuerzas armadas de nuestra nación, y también reconoce el derecho moral a la

objeción de conciencia a la guerra en general, una guerra en particular o un

procedimiento militar.

69. Incluso cuando la fuerza militar puede ser justificada como último

recurso, esta no debería ser indiscriminada o desproporcionada. Los ataques

directos e intencionados contra los no combatientes en una guerra y actos

terroristas nunca son moralmente aceptables. El uso de armas de destrucción

masiva y otras tácticas de guerra que no distinguen entre civiles y soldados

es fundamentalmente inmoral. Los Estados Unidos tienen la responsabilidad

de trabajar para revocar la proliferación de

armas nucleares, químicas

y biológicas

y de reducir su propia dependencia de armas de destrucción

masiva mediante la búsqueda del desarme nuclear progresivo. También deben

poner fin al uso de minas antipersonal y reducir su papel predominante en el