Capítulo 35. Dios Nos Llama a Orar
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se puede convertir en un acto de acción de gracias. Estamos llamados a
agradecer a Dios todos los dones que hemos recibido, incluidas nuestras
alegrías y nuestras penas, las cuales, todas ellas, por el amor, trabajan
para nuestro beneficio.
Alabanza
“La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa
que Dios es Dios […] Participa en la bienaventuranza de los corazones
puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria” (CIC, no. 2639).
Las Sagradas Escrituras están llenas de momentos en los que se ofrece
alabanza a Dios. Cuando nos exaltamos en él, con simplicidad y con un
corazón abierto, vislumbramos la alegría de los ángeles y de los santos
que se glorifican en Dios.
LAS FUENTES Y FORMAS DE REZAR
Tenemos que hacer algo más que contar con un impulso para nuestra
vida de oración. San Pablo nos exhorta: “Oren sin cesar” (1 Ts 5:17).
La voluntad para rezar de una manera estructurada, sostenida y diaria
es esencial para convertirse en persona de oración. El Espíritu Santo
guía a la Iglesia cuando reza mediante su lectura de las Sagradas Escri-
turas, su celebración de la liturgia y la práctica de la fe, la esperanza y
la caridad.
Una familiaridad diaria con las Sagradas Escrituras es una rica
fuente de oración. Tenemos que hacer algo más que leer o estudiar las
Escrituras; deberíamos también conversar con Dios, cuyo Espíritu se
encuentra en el texto y quien nos invita a apreciar “el bien supremo, que
consiste en conocer a Cristo Jesús” (Flp 3:8).
Mediante nuestra participación activa en la liturgia, la oración de la
Iglesia, nos encontramos al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, quienes
nos imparten los dones de la salvación. Los autores espirituales nos dicen
que nuestro corazón puede ser un altar de adoración y alabanza. La
oración interioriza la liturgia tanto durante su celebración como después
de esta (cf. CIC, no. 2655).