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Cuarta Parte. La Oración: La Fe Orada

La fe da vitalidad a la oración porque nos lleva a una relación

personal con Cristo. La esperanza lleva nuestra oración a su destino final

de una unión permanente con Dios. La caridad, derramada en nuestros

corazones por el Espíritu Santo, es la fuente y el destino de la oración.

San Juan Vianney (1786-1859) escribió: “Si mi lengua no puede

decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo

repita cada vez que respiro” (CIC, no. 2658, citando

Oración

).

“Porque Dios bendice al hombre, su corazón puede bendecir, a su

vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición” (CIC, no. 2645).

La oración cristiana es siempre Trinitaria. Todas nuestras oraciones

deberían dirigirnos hacia el Padre. Pero el acceso al Padre es por

Jesucristo. Es por esto que también dirigimos nuestra oración a Cristo, y

lo podemos hacer usando títulos de Jesús que encontramos en el Nuevo

Testamento: Hijo de Dios, Palabra de Dios, Cordero de Dios, Hijo de la

Virgen, Señor y Salvador, etc. Cristo es la puerta a Dios.

Nunca nos debemos cansar de rezar a Jesús. Sin embargo, es el

Espíritu Santo quien nos ayuda a acercarnos a Jesús.

“Nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’, si no es bajo la acción del

Espíritu Santo” (1 Co 12:3). La Iglesia nos invita a invocar al

Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.

(CIC, no. 2681)

Rezar en Comunión con la Virgen María

“En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo,

la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar

con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle

súplicas y alabanzas” (CIC, no. 2682). Este doble movimiento de unirse

a María en alabar a Dios por los dones que le otorgó a ella y en buscar su

intercesión ha encontrado una expresión privilegiada en el Ave María.

El Ave María

Junto con el Padrenuestro, el Ave María es una de las oraciones más

pronunciadas en la Iglesia Católica. La primera mitad del Ave María