Capítulo 36. Jesús Nos Enseñó a Rezar
• 523
En esta petición, nos encomendamos al Espíritu Santo para que nos
mantenga alerta ante los peligros del pecado y para que nos dé la gracia
de resistir la tentación. Una meditación sobre cómo Cristo resistió la
tentación en el desierto es un ejemplo fructífero e inspirador de cómo nos
deberíamos comportar nosotros cuando afrontemos una tentación (cf.
Mt 4:1-11; Lc 4:1-12). “Por medio de su oración, Jesús es vencedor del
Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía” (CIC,
no. 2849).
Y Líbranos del Mal
En la última petición, “y líbranos del mal”, el cristiano
pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria,
ya conquistada por Cristo, sobre el “Príncipe de
este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone
personalmente a Dios y a Su plan de salvación.
—CIC, no. 2864
Como siempre es el caso a lo largo de esta oración, se nos recuerda que
recemos por la Iglesia. No rezamos solos, sino en comunión con toda
la comunidad de creyentes de todo el mundo —todos nosotros unidos
mediante nuestra comunión con Cristo, en el Espíritu y en una relación
filial adoptiva con el Padre.
El
Catecismo
pone de relieve que le pedimos a Dios que nos libere
del Maligno —Satanás, el demonio (cf. Jn 17:15). El mal que afrontamos
no es solo una idea abstracta, sino un ángel caído malvado que quiere
prevenir nuestra salvación. Nos encomendamos a Dios para que el
demonio no nos lleve al pecado.
“Quien confía en Dios, no tema al Demonio. ‘Si Dios está con
nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’” (CIC, no. 2852, citando San
Ambrosio,
De Sacramentes
, 5, 4, 30; cf. Rm 8:31). Le pedimos a Dios
que nos libere de todos los males —pasados, presentes y futuros— de los
que Satanás es su autor o instigador.