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Capítulo 36. Jesús Nos Enseñó a Rezar

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En esta petición, nos encomendamos al Espíritu Santo para que nos

mantenga alerta ante los peligros del pecado y para que nos dé la gracia

de resistir la tentación. Una meditación sobre cómo Cristo resistió la

tentación en el desierto es un ejemplo fructífero e inspirador de cómo nos

deberíamos comportar nosotros cuando afrontemos una tentación (cf.

Mt 4:1-11; Lc 4:1-12). “Por medio de su oración, Jesús es vencedor del

Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía” (CIC,

no. 2849).

Y Líbranos del Mal

En la última petición, “y líbranos del mal”, el cristiano

pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria,

ya conquistada por Cristo, sobre el “Príncipe de

este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone

personalmente a Dios y a Su plan de salvación.

—CIC, no. 2864

Como siempre es el caso a lo largo de esta oración, se nos recuerda que

recemos por la Iglesia. No rezamos solos, sino en comunión con toda

la comunidad de creyentes de todo el mundo —todos nosotros unidos

mediante nuestra comunión con Cristo, en el Espíritu y en una relación

filial adoptiva con el Padre.

El

Catecismo

pone de relieve que le pedimos a Dios que nos libere

del Maligno —Satanás, el demonio (cf. Jn 17:15). El mal que afrontamos

no es solo una idea abstracta, sino un ángel caído malvado que quiere

prevenir nuestra salvación. Nos encomendamos a Dios para que el

demonio no nos lleve al pecado.

“Quien confía en Dios, no tema al Demonio. ‘Si Dios está con

nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’” (CIC, no. 2852, citando San

Ambrosio,

De Sacramentes

, 5, 4, 30; cf. Rm 8:31). Le pedimos a Dios

que nos libere de todos los males —pasados, presentes y futuros— de los

que Satanás es su autor o instigador.