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errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de

las costumbres” (no. 407). Como el papa Francisco, citando al papa Benedicto

XVI, reafirmó en

Evangelii Gaudium

, “Tenemos que convencernos de que la

caridad ‘no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades,

la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las

relaciones sociales, económicas y políticas’” (no. 205).

10. Lo que la fe nos enseña acerca de la dignidad de la persona humana y

de la santidad de cada vida humana, y acerca de las fortalezas y debilidades

de la humanidad, nos ayuda a ver con más claridad las mismas verdades que

también nos son transmitidas mediante el don de la razón humana. En el

centro de estas verdades está el respeto por la dignidad de cada persona. Esta

es la esencia de la doctrina moral y social católica. Como somos personas

tanto de fe como seres racionales, es apropiado y necesario que llevemos al

ámbito público esta verdad esencial acerca de la vida y dignidad humana.

Estamos llamados a practicar el mandamiento de Cristo de “que se amen

los unos a los otros” (Jn 13:34). También estamos llamados a promover el

bienestar de todos, a compartir nuestras bendiciones con los más necesitados,

a defender el matrimonio y a proteger la vida y la dignidad de todas las

personas, especialmente de los débiles, los vulnerables y los que carecen de

voz. El papa Benedicto XVI explicó en su primera encíclica,

Deus Caritas Est

,

que “la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto,

su actividad política, vivida como ‘caridad social’” (no. 29).

11. Hay quienes preguntan si es apropiado que la Iglesia juegue un papel en

la vida política. Sin embargo, la obligación de enseñar acerca de las verdades

morales que deberían dar forma a nuestra vida, incluida nuestra vida pública,

es un elemento central de la misión que Jesucristo encomendó a la Iglesia.

Lo que es aún más, la Constitución de los Estados Unidos protege el derecho

de cada creyente y de cada institución religiosa a participar y decir lo que

piense sin interferencias gubernamentales, favoritismos o discriminación. La

ley civil debería reconocer y proteger totalmente el derecho de la Iglesia y

otras instituciones de la sociedad civil a participar en la vida cultural, política

y económica sin ser forzadas a abandonar o ignorar sus convicciones morales

centrales. La tradición pluralista de nuestra nación se ve reforzada, y no

amenazada, cuando los grupos religiosos y las personas de fe llevan a la vida

pública sus convicciones y preocupaciones. De hecho, la doctrina de nuestra

Iglesia concuerda con los valores fundacionales que han marcado la historia de

nuestra nación: “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.