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de seguir a Jesucristo y dar un testimonio cristiano mediante todo lo que
hacemos. Como nos recuerda el
Catecismo de la Iglesia Católica
: “Es necesario
que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que
desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad
de la persona humana. . . . Los ciudadanos deben cuando sea posible tomar
parte activa en la vida pública” (nos. 1913-1915).
14. Desafortunadamente, la política en nuestro país puede ser a menudo una
lucha entre intereses poderosos, ataques partidarios, frases llamativas y el
sensacionalismo de los medios de comunicación. La Iglesia llama a un tipo
diferente de participación política: una formada por las convicciones morales
de conciencias bien formadas y enfocada en la dignidad de cada ser humano,
la búsqueda del bien común y la protección de los débiles y vulnerables. Como
nos recuerda el papa Francisco, “La política, tan denigrada, es una altísima
vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca
el bien común. . . . ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes
les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!” (
Evangelii
Gaudium
, no. 205) El llamado católico a ser ciudadanos fieles afirma la
importancia de la participación política e insiste en que el servicio público
es una vocación digna. Como ciudadanos deberíamos ser guiados más por
nuestras convicciones morales que por nuestro apego a un partido político o
grupo con intereses especiales. Cuando sea necesario, nuestra participación
debería ayudar a transformar el partido al que pertenecemos. No deberíamos
dejar que el partido nos transforme de tal manera que ignoremos o rechacemos
las verdades morales fundamentales, o aprobemos actos intrínsecamente
malos. Estamos llamados a unir nuestros principios y nuestras preferencias
políticas, nuestros valores y nuestro voto, para ayudar a construir una
civilización de la verdad y el amor.
15. El clero y los laicos tienen funciones complementarias en la vida pública.
Nosotros, los obispos, tenemos la responsabilidad principal de transmitir la
doctrina moral y social de la Iglesia. Junto con los sacerdotes y diáconos,
asistidos por los religiosos y los líderes laicos de la Iglesia, debemos enseñar
los principios morales fundamentales que ayudan a los católicos a formar
correctamente su conciencia, a guiarlos por las dimensiones morales
de las decisiones públicas y a animar a los fieles a que lleven a cabo sus
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