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moral de responder a las necesidades de nuestro prójimo —necesidades básicas
como el alimento, la vivienda, el cuidado médico, la educación y un trabajo
digno— obliga universalmente a nuestra conciencia y puede ser llevado a cabo
legítimamente de diferentes maneras. Los católicos deben buscar las mejores
maneras de responder a estas necesidades. Como enseñó San Juan XXIII:
“[Cada uno de nosotros tiene] un derecho a la existencia, a la integridad
corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son,
principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia
médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar
el Estado” (
Pacem in Terris
, no. 11).
26. San Juan Pablo II explicó la importancia de permanecer fieles a las
enseñanzas fundamentales de la Iglesia:
Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos
humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la
casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos,
esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende
con la máxima determinación el derecho a la vida como el
derecho primero y fundamental, condición de todos los otros
derechos de la persona. (
Christifideles Laici
, no. 38)
27. Dos tentaciones en la vida pública pueden distorsionar la defensa que hace
la Iglesia de la vida y dignidad humanas:
28. La primera es una equivalencia moral que no hace distinciones éticas entre
las diferentes clases de cuestiones que tratan la vida y dignidad humanas. La
destrucción directa e intencionada de la vida de personas inocentes, desde el
momento de la concepción hasta la muerte natural, es siempre mala y no es
simplemente una cuestión entre muchas otras. Siempre debe ser rechazada.
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29. La segunda es el uso indebido de estas distinciones morales necesarias
como una manera de rechazar o ignorar las amenazas serias a la vida y
dignidad humanas. La extensión actual y proyectada de la degradación
del medio ambiente se ha convertido en una crisis moral, especialmente
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