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y una alegre irresponsabilidad” (no. 59). Frente a esto, debemos aspirar a
“un estilo de vida alternativo” (nos. 203-208), que se esfuerce por vivir
simplemente para satisfacer las necesidades del presente sin poner en peligro
la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades,
y que ejerza “una sana presión sobre los que tienen poder político, económico
y social” (no. 206). Tenemos la obligación moral de proteger el planeta en el
que vivimos, de respetar la creación de Dios y de asegurar un ambiente seguro
y hospitalario para los seres humanos, especialmente para los niños durante
sus etapas de desarrollo más vulnerables. Como administradores llamados
por Dios a compartir la responsabilidad del futuro del planeta, deberíamos
trabajar por un mundo en el que las personas respeten y protejan a toda la
creación y busquen vivir sencillamente, en armonía con ella, por el bien de
las generaciones futuras. Asumir plenamente esta tarea equivale a lo que el
papa Francisco llama una “conversión ecológica” (no. 219), “que implica dejar
brotar todas las consecuencias de [nuestro] encuentro con Jesucristo en las
relaciones con el mundo que [nos] rodea” (no. 217). Tal conversión “lleva al
creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas
del mundo, ofreciéndose a Dios ‘como un sacrificio vivo, santo y agradable’
(Rm 12:1)” (no. 220).
La solidaridad
La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona
humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres
y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. . . . La solidaridad debe
captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones,
según el cual las “estructuras de pecado” (
Sollicitudo Rei Socialis
, nos. 36, 37) que
dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas.
(
Compendio de la doctrina social de la Iglesia
, nos. 192-193)
52. Somos una sola familia humana, independientemente de nuestras
diferencias nacionales, raciales, étnicas, económicas e ideológicas. Somos los
cuidadores de nuestros hermanos y hermanas donde quiera que se encuentren.
Amar a nuestro prójimo tiene dimensiones globales y requiere de nosotros
la erradicación del racismo y la búsqueda de soluciones a la pobreza y
enfermedades extremas que afectan tanto al mundo. La
solidaridad
también
incluye el llamado bíblico a acoger al forastero entre nosotros, incluidos los
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